miércoles, 15 de febrero de 2012


Vínculos entre Ecología y Feminismo (2ª Parte)
La invisibilidad se intensifica a causa del mercado
El modelos de pensamiento científico que se gesta durante la Modernidad y la Ilustración y que sirve de base para la revolución industrial se concreta en el terreno económico en la consolidación
de la economía de mercado. El capitalismo y su modo de producción se perciben como un estadio de civilización superior porque emancipa a las sociedades de los intercambios inmediatos y orgánicos con la naturaleza y promete un crecimiento y, por tanto desde su óptica, un progreso que no tiene límites.
La economía de mercado sitúa precisamente el mercado como epicentro de la realidad, como patrón que define lo valioso, lo importante, lo central. Por tanto, todo aquello que no entre al juego del mercado no forma parte del mundo de lo económico y, por eso, en un mundo centrado en los mercados, se convierte en secundario, intrascendente y en el límite invisible.





Una vez que se ha asumido el dinero como única medida
del valor, la cultura capitalista valora los objetos en función de su
traducción monetaria. Un claro ejemplo lo tenemos en el indicador por
excelencia de la riqueza: el Producto Interior Bruto, que contabiliza los
intercambios monetarios, como riqueza provengan de donde provengan. Así, por
ejemplo, podemos observar cómo la catástrofe del Prestige, o la guerra de Iraq,
hicieron subir el Producto Interior Bruto de algunos países y los indicadores
de los mercados bursátiles. En efecto, la contratación de barcos de limpieza,
la compra de mascarillas o la venta de armas, produce intercambios monetarios
que son contabilizados para calcular el PIB.
Sin embargo, la paz, el aire limpio, los
trabajos asociados a los cuidados de las personas mayores y de los niños y
niñas que desempeñan las mujeres, el callado trabajo de la fotosíntesis que
realizan las plantas o los servicios de regulación del clima que realiza la
Naturaleza, siendo imprescindibles para el mantenimiento de la vida, son gratis
y no cuentan en ningún balance de resultados de nuestro modelo económico.
Ese criterio
de asignación del valor ha influido en la consideración de lo que es o no es
trabajo, y constituye, por tanto, un elemento básico en la construcción de los
roles de género en Occidente, y también en el resto del mundo en el marco de la
globalización económica y cultural.
El trabajo escondido
Tal y como planteaba Adam Smith, uno de los
padres de la economía capitalista, si en el mercado operaban los agentes
económicos racionales libremente, sin restricciones, a partir de la suma de los
egoísmos e individualidades de estos agentes económicos, se conseguía el bien
común. La famosa mano invisible del mercado conseguía transformar los millones
de egoísmos individuales en el máximo bienestar común. La fuerza de trabajo de
las personas se convierte en una mercancía que se compra y se vende en el
mercado de trabajo. Se consideraba que el verdadero trabajo, la verdadera
producción, era el trabajo asalariado de los hombres.
Por el contrario, mucho de los trabajos
que históricamente han venido desarrollando las mujeres y la naturaleza no
tienen valor monetario ni pueden tenerlo. Muchos trabajos imprescindibles para
la vida (parir, alimentar, cuidar, sanar, mejorar semillas y plantas, buscar
leña, conseguir agua, mantener la limpieza, enseñar el lenguaje, apoyar
emocionalmente, atender, escuchar y animar a personas ancianas, asistir a
personas con discapacidad o diversidad funcional, gestionar el presupuesto y
los recursos de la casa en el corto y largo plazo, etc.) no son pagados y por
tanto no figuran en ninguna cuenta de resultados, son invisibles.
La mitad de la humanidad, las mujeres, han
venido realizando históricamente las labores asociadas a la reproducción y los
cuidados de los seres humanos, pero para el capital, el valor de los cuidados,
de la armonía vital, de la reproducción y de la alimentación, del cuidado de
las personas mayores o dependientes, es algo pasivo, que no cuenta en el
mercado porque no produce valor en términos económicos. La propia definición de
la población activa explica ésta como aquella parte de la población que trabaja
para el mercado y no incluye a estudiantes, amas de casa u otros colectivos que
no realizan trabajo remunerado. Según esta definición, por ejemplo una persona
en edad legal de trabajar que lleva a cabo tareas domésticas, cuida de dos
hijos en su casa y no recibe remuneración salarial, está inactiva.
Algo similar sucede con los trabajos que
realiza la Naturaleza. La fotosíntesis, el ciclo del carbono, el ciclo del
agua, la regeneración de la capa de ozono, la regulación del clima, la creación
de biomasa, los vientos o los rayos del sol son gratis y, aunque son
imprescindibles para vivir, no pueden ser contabilizados y al no traducirse en
dinero, también son invisibles para el mercado.
La vida, y
la actividad económica como parte de ella, no es posible sin los bienes y
servicios que presta el planeta (bienes limitados y en progresivo deterioro) y
sin los trabajos de las mujeres, a las que se delega la responsabilidad de
traer cada día al mercado a los agentes económicos alimentados, limpios y
descansados. La organización social se ha estructurado en torno a los mercados
como epicentro, mientras la cotidiana, crucial y difícil responsabilidad de
mantener la vida reside en la esfera de lo gratuito, de lo invisible, en el
espacio de la naturaleza y de las mujeres. La lucha por la visibilidad de ambas
puede reforzarse mutuamente en una lucha común.
La
acumulación contra la sostenibilidad. El
dinero como medida del valor permite la acumulación. En los mercados
capitalistas, la obligación de acumular determina las decisiones que se toman
sobre cómo estructurar los tiempos, los espacios, las instituciones legales, el
qué se produce y cuánto se produce. En la sociedad capitalista no se produce lo
que necesitan las personas, sino lo que da beneficios y, si es necesario, se
crea la necesidad previamente a
través de la poderosa maquinaria del marketing
y los medios de difusión. Por ello, en nuestra sociedad da igual producir
cebollas o armamento con tal de que den beneficios.
Desde el punto de vista de la sostenibilidad, la
economía debe ser el proceso de satisfacción de las necesidades, de
mantenimiento de la vida. Si prima la lógica de la acumulación y la obtención
de beneficios monetarios, mantener la vida y cuidar a las personas no son la
prioridad de la economía. El cuidado de la vida humana pasa a ser una
responsabilidad que se delega a los hogares y, dado el orden de las cosas,
mayoritariamente en las mujeres. Ni los mercados, ni el estado, ni los hombres
como colectivo se sienten responsables del mantenimiento último de la vida. Son
las mujeres, organizadas en torno a las redes femeninas en los hogares más o
menos extensos (abuelas, madres, tías, hermanas, etc.), las que responden y las
que finalmente actúan como reajuste del sistema. Ellas son el colchón del
sistema económico, frente a todos los cambios en el sector público o privado,
ellas reajustan los trabajos no remunerados para seguir garantizando la
satisfacción de las necesidades y la supervivencia de la especie. Incluso en
muchas culturas rurales llevan el peso central en los trabajos de
abastecimiento.
Consecuencias de la invisibilidad:
crisis ambiental y crisis de los cuidados
Cuando algo es invisible, no puede verse
su destrucción. La invisibilidad de la dependencia de las sociedades humanas de
las producciones de las mujeres y de la naturaleza, claramente funcional a los
mercados, ha conducido a lo que son los dos mayores problemas que afrontan los
seres humanos: la crisis ambiental y la crisis de los cuidados.
La
crisis ambiental. El planeta Tierra es un sistema cerrado. Eso significa
que la única aportación externa es la energía solar (y algún material proporcionado
por los meteoritos, tan escaso, que se puede considerar poco significativo).
Hace ya más de 30 años, el conocido
Informe Meadows, publicado por el Club de Roma, constataba la evidente
inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus consumos.
Alertaba de que si no se revertía la tendencia al crecimiento en el uso de bienes
naturales, en la contaminación de aguas, tierra y aire, en la degradación de
los ecosistemas y en el incremento demográfico, se incurría en el riesgo de llegar
a superar los límites del planeta, ya que el crecimiento continuado y
exponencial sólo podía darse en el mundo físico de modo transitorio.
Más de 30 años después, la humanidad no se
encuentra en riesgo de superar los límites, sino que los ha sobrepasado y se
estima que aproximadamente las dos terceras partes de los servicios de la
naturaleza se están destruyendo ya.
El fin de la era del petróleo barato está
a la vista. Cada vez se va agrandando más la brecha entre una demanda creciente
y unas reservas que se agotan y cuya dificultad de extracción aumenta. Hoy día,
no existen alternativas energéticas que puedan mantener la demanda actual y
mucho menos su tendencia al crecimiento. Las guerras por el petróleo y las
fuentes de energía fósil no han hecho más que comenzar.
El cambio climático, provocado por el
aumento descontrolado de la emisión de gases de efecto invernadero, incrementa
las alteraciones y perturbaciones catastróficas. Estos gases son vertidos a la
atmósfera sobre todo por los diversos artefactos creados para el transporte de
personas y mercancías, así como por la desregulada actividad industrial de las
empresas. Las inundaciones, sequías, alteraciones en los ritmos de las
cosechas, en la polinización, en la reproducción de multitud de especies
vegetales y animales, el derretimiento de los casquetes polares, el aumento de
los huracanes, tempestades y alteración de los vientos del planeta son parte de
los efectos de haber lanzado a la atmósfera en las últimas décadas una gran parte
del carbono que el planeta almacenó durante cientos de miles de años.
El ciclo del agua se ha roto y el sistema
de renovación hídrica que ha funcionado durante miles de años, no da abasto
para renovar agua al ritmo que se consume. La sequía en muchos lugares ha
pasado a ser un problema estructural y no una coyuntura de un año de escasas
precipitaciones. El control de los recursos hídricos se perfila como una de las
futuras fuentes de conflictos bélicos, si no lo es ya.
El panorama
del deterioro se completa si añadimos los riesgos que suponen la proliferación
de la industria nuclear, la comercialización de miles de nuevos productos
químicos no testados cada año, sin que se apliquen las más mínimas normas de
precaución, la liberación de organismos genéticamente modificados cuyos efectos
son absolutamente imprevisibles, o la experimentación sin control social en
biotecnología y nanotecnología que nadie sabe dónde puede llevar.
Los efectos de la crisis ambiental afectan
en mayor medida a los países empobrecidos. De no actuar radicalmente, la degradación de los servicios
de la Naturaleza empeorará durante la primera mitad del presente siglo haciendo
imposible la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el acceso a los
servicios básicos para una buena parte de la humanidad.
El hecho
cada vez más consciente de que la actual sociedad de sobreconsumo es
incompatible con la posibilidad de mantener las condiciones que posibilitan la
vida a los seres humanos es lo que se ha dado en llamar crisis ambiental.
La crisis
de los cuidados. Una vez
conquistados los derechos (hablamos de los países ricos) de acceder a los
mercados de trabajo remunerados, las mujeres se introducen masivamente en el
mercado laboral. La posibilidad de que las mujeres sean sujetos políticos de
derecho se percibe como algo vinculado no sólo a la consecución de la igualdad
ante la ley, sino también a la consecución de independencia económica a través
del empleo. El trabajo doméstico pasa a verse como una atadura del pasado de la
que hay que huir lo más rápidamente posible. Sin embargo no es un trabajo que
pueda dejar de hacerse: comer, habitar con una mínima higiene, vestirnos,
cuidar a los niños, a los enfermos, a las personas dependientes, mayores o no
mayores, hablar con los profesores, hacer la compra, llevar la contabilidad de
la casa, continúa siendo una tarea imprescindible cargada de emociones, de
sentimientos, cuya falta de atención lastra a las mujeres con un fuerte
sentimiento de culpa.
Lo que sucede, es que una vez dentro de la
rueda del empleo remunerado, las mujeres mayoritariamente asumen una doble
tarea. La construcción de la identidad política y pública de las mujeres se
realiza a partir de la copia del modelo de los hombres, sin que estos asuman
equitativamente su parte del trabajo de cuidar. De este modo, una mujer que quieras
mantener un empleo tiene que tener una mínima infraestructura que la sustituya
en sus tareas del hogar durante su jornada, además de la parte de estas tareas
que ella misma realizará después de su jornada laboral.
La dedicación de los tiempos al mercado ha
supuesto una quiebra de la antigua estructura de los cuidados, de la
reciprocidad que garantizaba que las personas cuidadas en la infancia eran
cuidadoras de la ancianidad. Hasta hace poco, la mujer, en sus diferentes roles
de hija-esposa-madre era cuidada o cuidadora en los diferentes momentos el
ciclo vital. No así el hombre, que participando del mercado laboral recibía
cuidados a lo largo de toda la vida (infancia, edad adulta, vejez, etc.) sin
considerarse responsable de cuidar.
Ahora los tiempos son para el mercado y
las personas dependientes cada vez tienen más dificultades para que sus
necesidades sean atendidas. Esta situación se produce, además, en un momento de
crisis del estado de bienestar de los países enriquecidos, en el que se
desmantelan o privatizan los servicios públicos que daban cierto apoyo a estas
tareas de los cuidados.
En el marco de la globalización, cada vez
se precarizan más los empleos asociados a los cuidados, cuyo negocio sigue la
misma lógica del beneficio del resto de negocios. Se generan así mercados de
servicios para las mujeres que pueden pagarlos y mercados de empleos precarios
para mujeres más desfavorecidas.
Se crea así
una cadena global de cuidados en la que las mujeres inmigrantes asumen como
empleo el cuidado de la infancia, de las personas mayores y discapacitadas o la
limpieza, alimentación y compañía, dejando al descubierto estas mismas
funciones (nos referimos a cuidados tanto materiales como emocionales) en sus
lugares de origen, en donde otras mujeres, abuelas, hermanas, etc. las asumen
como pueden.
De este modo, de la misma forma que los
países ricos se apropian de las materias primas, de la fuerza de trabajo
remunerado y de los territorios de todo el mundo, ahora también sustraen sus
afectos.
La quiebra
del sistema que cada comunidad había adoptado para cuidarse o ser cuidados es
lo que se denomina crisis de los cuidados. De nuevo se cumple la misma regla
que en la crisis ambiental: los países empobrecidos pagan las carencias de los
países ricos a pesar de que en los primeros las estructuras tradicionales se
mantienen en mayor medida.




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